Santa Paula, patrona de las viudas, eremita que abandonaste los privilegios de tu cuna, los lujos de tu casa, los saraos y las conversaciones con los hombre y las mujeres del mundo para dedicarte a Dios, para servir a Dios y al santo Jerónimo que había sido tu maestro y había reconocido tus virtudes en Roma, cuando el papa Dámaso lo había invitado. Viuda de Toxocio que a los treinta y tres años te encontraste sola en el lecho nupcial, sola bajo el techo de la casa romana, sola en las calles, sola con tu cuerpo que había dado a luz a cinco críos, inútil y desatada. Precisaste un motivo que te protegiera de ti misma y de tu condición de viuda y de tu gusto por los ruidos del mundo, la música y la comida, el vino, los ropajes y las joyas, la mirada dulce de los hombres, el apetito de tu cuerpo y tu inteligencia, y así consagraste todo a la vida religiosa. A dormir en el suelo sobre un saco, a beber poca agua y a la comida frugal. Inculcaste a tus hijas el fervor religioso, tanto que las penitencias mataron a tu hija primera y tu dolor fue muy grande, pero Jerónimo te convocó y te hizo mirar que Blesila estaba en un lugar mejor al de los vivos y que eras egoísta por llorar su pérdida. Partiste con tu hija Eustoquia del puerto de Ostia, dejaste Roma cuando Paulina ya había casado con el senador, aunque tus hijos Toxocio y Rufina protestaron tu abandono.
Fragmento tomado del libro "Yo la peor"
Autor: Mónica Lavín
Grigalbo